Presentación. La filosofía o de cómo construir nuestras propias ideas

 


No es nada fácil presentarnos ante los demás. A la pregunta “¿quién eres?” solemos contestar con nuestro nombre, oficio, género, lugar de nacimiento… Pero nada de eso responde realmente a la pregunta por lo que somos. ¿Seríamos el mismo ser humano si nos cambiaran el nombre, si cambiáramos de oficio, si descubriésemos que no nacimos donde creíamos, incluso si decidiésemos cambiar de género? Tampoco vale decir que somos simplemente un ser humano, una persona, una mujer, un extremeño… Porque ¿en qué nos diferencia eso de los demás humanos, del resto de las personas, de todas las mujeres, de cualquier otro extremeño? Además, ¿qué es un ser humano? ¿En qué consiste ser una persona? ¿Qué es una mujer? ¿Qué rasgos caracterizan necesariamente a un extremeño?

Una pregunta iluminadora que podríamos hacernos es esta: ¿en qué lugar esta lo que esencialmente somos? ¿Está en alguna parte de nuestro cuerpo? ¿Habría alguna zona de nuestro físico que, caso de ser trastocada trastocaría también lo que esencialmente somos, hasta el punto de convertirnos en otra persona? Es tentador responder que esa parte es el cerebro (trastocar otras partes del cuerpo podría a lo sumo matarnos, pero no convertirnos en otra persona). ¿Pero de qué parte o cosa del cerebro hablamos? Solemos pensar que nuestra identidad reside en nuestra memoria, nuestras creencias, nuestra consciencia… Pero no es nada fácil demostrar que todo eso esté en algún lugar de nuestro cerebro. ¿Acaso se pone nuestro cerebro rojo cuando recordamos el color rojo? ¿Dónde está ese “yo” que nos habla en la consciencia?

Quedémonos al menos en que nuestro ser está en la mente, la psique, sea eso lo que sea.  Parece que es con ella con lo que mejor nos identificamos (¿con quien nos iríamos a una isla desierta, con un androide guapísimo/a que solo pudiera ladrar, o con un chucho que hablase por los codos – de las patas --?). ¿No es la mente la que ordena y manda sobre el resto de nosotros? Pues parece que es allí, en esa “torre de control” más o menos consciente, donde estamos y, por tanto, desde donde hemos de responder a la pregunta de quienes somos.

Ahora bien, en ese torrente más o menos consciente que es la mente también hay muchas cosas: sensaciones, emociones, deseos, percepciones, imágenes, conceptos, pensamientos o ideas… ¿Cuáles de entre estas cosas os parece que son más importantes para determinar aquello que somos? ¿Cuál de esas cosas conforma a las demás? La respuesta inevitable es esta: son las ideas. Seamos o no conscientes de ellas, sean nuestras o de otros, sean buenas o malas, tenemos la cabeza llena de ideas, y todo lo que hacemos, percibimos, sentimos, deseamos y pensamos (sobre el mundo, sobre nosotros mismos, sobre los demás...), todo-todo depende de esas ideas. Hasta respirar lo hacemos porque pensamos que mola vivir; en otro caso nos pondríamos la soga al cuello y dejaríamos de hacerlo... ¿O no?

Las ideas son lo que nos hacen ser y hacer (o padecer y evitar hacer); por eso, si queremos conocer a alguien, o decir quienes somos, no nos queda otra que sacar a la luz esas ideas. Y justo de esto es de lo que va la filosofía. 

La filosofía es la ciencia de las ideas (no de las cosas y fenómenos, que es materia de las ciencias particulares), el arte de intentar hacernos una idea cabal de las ideas que tenemos y de las que tienen otros. La filosofía es un pensar en el pensamiento propio y ajeno, para analizarlo, someterlo a crítica y, a ser posible, mejorarlo. Y esto no es moco de pavo, pues mejorar nuestras ideas equivale a mejorar lo que hacemos y lo que somos y, por ello, a ser mejores y más felices, buenos, sabios e incluso guapos. Veremos todo esto más adelante.

Fotografía de Chema Madoz

Queda por saber cómo hace la filosofía para pensar en lo que se piensa. Y esto lo hace básicamente de dos formas. Como la filosofía es un ejercicio (decía Kant que no se aprende filosofía, sino a filosofar), diremos que la filosofía es… como hacer flexiones. Flexiones hacia “dentro” y flexiones hacia “fuera”. La flexión hacia dentro es la “reflexión”, que es el monólogo por el que me retuerzo o doblo para mirarme a mi mismo en lo que soy, es decir, en mis propias ideas; es como buscar nuestro reflejo en un espejo interior. La flexión hacia fuera es el diálogo, que el ejercicio por el que me estiro o flexiono para salir de mis casillas y comprender las cosas desde la perspectiva de las ideas del otro. Ambos tipos de flexión son imprescindibles para filosofar (y son los dos ejercicios que os pediré cada día en este curso). Reflexión y diálogo tienen que ver con el lenguaje, con la capacidad de escucha, con la búsqueda compartida, con la generosidad para interpretar a los demás de la mejor manera posible, y con el valor y la humildad necesarios para cambiar de ideas cuando haga falta – el diálogo no tiene nada que ver con el debate retórico: en el diálogo gana quien da su brazo a torcer, pues es el que más aprende –.  

El objetivo de la filosofía es, pues, atreverse a pensar en lo que pensamos, no ser idiotas y engrandecernos con las ideas de otros. Amar es comprender, y uno es tan grande como aquello que comprende.

Ilustración de Daniel Gil Segura


Además, y como veremos, darle vueltas a las ideas tal vez tenga que ver con ser más libres (hacernos cargo de las ideas que nos gobiernan es gobernarnos a nosotros mismos), más buenos (¿cómo vamos a ser buenos y justos si no tenemos una idea acertada de lo que sea bueno y justo?), más capaces de afrontar el dolor, el azar o el absurdo (que son la fuente de todos los miedos), más competentes para cambiar el mundo y para cambiarnos a nosotros mismos…

 Por cierto, como veremos el próximo día, esas ideas que nos gobiernan y a las que da vueltas la filosofía, son también las ideas sobre las cosas más interesantes del mundo. Lo veremos en el próximo capítulo…



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