Atenas, Jerusalén y los dos mitos fundacionales de nuestra cultura. ¿Está en nuestra naturaleza filosofar?
De todo lo que hemos hablado va la filosofía, palabra que significa en griego ‘amigo o amante de la sabiduría’. Ahora bien, ¿nos conviene este amor? ¿Es bueno esto de querer saber tanto? A veces, cuando salgo de clase, me decís que esto os “raya” demasiado, que os vais confundidos a casa. ¿Vale la pena pensar en todos estos problemas (la realidad, la identidad humana, la verdad, el bien y el mal…) o mejor no darle tantas vueltas? ¿Para qué complicarse tanto la vida? Suele creerse que saber demasiado compromete la felicidad (vamos: que los tontos – los niños, los inocentes, los inconscientes… – son más felices), que la felicidad va de sentir y no de pensar (o eso se piensa), etc. ¿Pero es todo esto verdad o es solo una creencia infundada? Pensadlo, por favor. Pero incluso aunque esto fuera así, y la ignorancia nos hiciera más felices, ¿preferiríais realmente la felicidad al conocimiento? Para responder a esta última pregunta hagamos el siguiente experimento mental. Imaginaos que soy e